Me contaba mi sobri Claudia el otro día, muy sonriente, que un amiguete suyo había ligado en un bar con una morenaza de nombre ridículo. Al día siguiente la invitó a comer a casa, lleno de amor, y la morenaza, a la luz del día, resultó tener una sombra de barba de un par de días y constitución de heroinómano.
También yo conozco un par de historias sobre travestidos bizarros que les relataré para su disfrute: Una buena mañana de sábado me encontraba con R. en un conocido antro de Chueca, el afortunadamente desaparecido Queens, cuando mi amigo comenzó a enrrollarse en medio de la pista con un sudamericana bastante atractiva. Ella decide en un momento visitar el lavabo y R. se dirige a mí entre orgulloso y sorprendido cuando, de pronto, los amigos de la colombiana reclaman su atención para explicarle que eso -eso que estabas abrazando-, querido amigo, no es una colombiana, sino un colombiano. No se qué cóctel de sentimientos encontrados se produjo en el vapuleado corazón de R. pero lo cierto es que dejó el bar a toda prisa y sin despedirse dejándome allí rodeado de tipos sudorosos de ojos desorbitados. Bueno, me lo pasé bien igualmente.
Otro día, en compañía de una pequeña pandilla madrileño/asturiana, en vista de la hora y de la deficiente oferta hostelera de Malasaña no tuvimos más remedio que meternos -una vez más- en el Mito Disco Club. Allí conocí a unas chicas que iban semidesnudas y se dejaban tocar alegremente. Mala señal. Estaba claro que no eran féminas, todas menos una que acabó besándome. Preocupado yo por la historia que relaté más arriba preferí asegurarme y le pregunté si era un tio. Ello no contestó, simplemente me animó a comprobarlo metiendo la mano por debajo de su falda. Así lo hice pero lo cierto es que estaba tan moco que no sé qué es lo que toqué allí debajo. Saqué la mano y en vista de la situación y el riesgo puse cara seria y dije: ajá, ya veo. Y allí lo dejé. Supongo aquello que toqué eran atributos masculinos, simplemente porque si hubiera sido una chica no me hubiera dicho que le tocase el parrús ¿no?
Pero la cosa no acabo ahí. Sus amigas, muy simpáticas todas ellas, comenzaron a bajarme los pantalones al tiempo que bailaban conmigo. Era verano y yo llevaba unos pantalones pirata flojos que solo se sujetaban con una goma, de modo que era muy fácil bajarlos. Más de una vez enseñé los genitales al público del bar sin yo quererlo, finalmente me cansé del juego y de aquellas/os chicas/os y volví con los mios. Recolocando todas mis pertenencias en mis bolsillos caí en la cuenta de que faltaba mi teléfono móvil. "Te lo han robado los travestis, seguro", me dijeron mis compis. "No puede ser, se me ha caido al suelo porque estos pantalones son flojos" . Fui a preguntarles y ellas, muy amables, me ayudaron a buscarlo por todo el bar, examinando las esquinas oscuras, preguntando a la gente; aún así el telefono no apareció.
-No pueden haber sido ellas -les dije a mis amigos-, no veis que solícitas me ayudaban a buscarlo.
-Precisamente por eso Txe, pareces nuevo.
Días después R. coincidió con esa banda mientras volvía a casa, de noche, por la calle Mayor. Según nos contó las travestis empezaron a piropearle y adularle, una le sujetó de las muñecas y le levantó los brazos para bailar con él en plena calle. Mientras tanto las demás le cacheaban disimuladamente, pretendiendo que solo le estaban sobando. Él se dio cuenta enseguida de la jugada y se deshizo de ellas con una mezcla de amabilidad y mal humor.
Nada es lo que parece. Si vais a estar ahí fuera por las noches, mis valientes, tened cuidado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario